miércoles, 12 de marzo de 2014

El Galpón de Tolosa

Transformando el abandono en inclusión

Por Eugenia Hidalgo, Eduardo Sansone, Matías Uño, Dolores Barceló, Camila Cadel, Jimena Saint Laurent

  Rodeado  de  árboles  y  camuflado  por  algunos  grafitis  que  no  alcanza a disimular  su  aire  inglés,  se encuentra  el  Galpón  de  Tolosa.  El  Galpón, a secas,  como  lo  llaman  los  vecinos  y  colaboradores  es un  Centro Cultural y  Social,  situado  en  3  y  526,  donde  antiguamente  funcionaban  los talleres  del  ex Ferrocarril Roca. 
  En  el  2008, un grupo de  estudiantes universitarios  ocuparon  este lugar imaginando que  tenía un gran potencial para explotarlo culturalmente. Decidieron recuperarlo del abandono: estaba lleno de basura y sin ventanas, además le faltaba el techo. 
  En  principio,  funcionó  como  una  escuela  de  circo.  La  gente  del  barrio apoyó  la  iniciativa  y  se  fueron sumando  colaboradores  de  distintos lugares  y  distintas  clases  sociales.  La  cosa  dio  para  más  y  se agregaron talleres rotativos: yoga, teatro, música, pintura, karate y hasta break dance. 
  Lucia,  militante  del  galpón,  que  prefiere  reservar  su  apellido,  cuenta: "en  las  actividades  se  pone  en práctica  una  modalidad  poco  común, que es  la gorra consciente,  donde  cada  alumno  colabora  con  lo que  puede  y quiere,  ya  que  la  idea  es  que  nadie  deje  de  venir".  También  cuenta, que  a  lo  largo  del año  se  agregan  ferias  literarias, jornadas  culturales  y recreativas,  apoyo  escolar,  peñas  y  fiestas  para financiarse. 
  "Todo  a  precios  populares  para  no  perder  la  esencia,  aunque  lo  más importante,  es  que en el lugar se dicte un Bachillerato Popular con una duración de tres años y título oficial", dijo con una sonrisa. 
  A pesar de todo esto, el galpón empezó a ser víctima de ataques constantes. Primero algunas pintadas y    vidrios  rotos.    Después,  los incendios.  Dos  intentos  se  produjeron  en  los  años  2011  y  2012,  y  en ambas  oportunidades  lograron  apagarlo. En  octubre  del  año  pasado,  un nuevo  ataque  con  bombas molotov, en distintos lugares del local, logró que en un rato las llamas consumieran todo. Se arruinaron, pupitres,  sillas, pizarrones  y  todo  el  mobiliario  escolar, además  de  una  gran  parte  del techo. 
  Lucía cuenta que, "ese día fue increíble lo que pasó, porque estaba en agenda para la noche una varieté y los organizadores pensaron en suspender el espectáculo". Pero a medida que corría la voz de lo sucedido, se  acercaron vecinos,  estudiantes  de  distintas facultades,  alumnos  de  la  escuela  y mucha  gente  de otros barrios. Todos colaboraron con lo que podían: dinero, trabajo, o comida para vender. Se juntaron para que el lugar siga funcionando, y así fue.
 De a poco se trabaja para recuperar lo perdido. Hasta el momento no se encontraron culpables, tampoco se abrió una causa judicial y los colaboradores prefieren no hablar del tema, por miedo a sufrir represalias.

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